viernes, 29 de mayo de 2009

¿Qué es la Dirección de Arte?


¿Qué tienen en común películas como “El Cocinero el ladrón y su amante” (Peter Greenaway) , “Orlando” (Sally Potter) , “La lección de Piano” (Jane Campion), “El laberinto del Fauno” (Guillermo del Toro) o “Alatriste” (Agustín Díaz Yanez)? La respuesta es fácil: es la sensación de sentirnos maravillados, envueltos en la historia que cuenta la película.
La Dirección de Arte es el diseño ambiental en su más alta conceptualidad, investiga el aspecto visual, las épocas, los colores, y arma un criterio coherente a través del vestuario, el maquillaje, la ambientación de lugares y situaciones, para darle sentido a la acción. Ese contexto artístico armado así, debe servir a la historia, es un arte dinámico y verosímil.

Al director de arte se le pide, se le exige verosimilitud, lo que se verá en imagen será lo que el director de arte haya armado para mostrar. Por supuesto sostenido por la puesta fotográfica que lleva otro director (de fotografía) con quien todo puede ir bien… o mal. Así son los egos. Y si, es que el director de arte generalmente arma todo con minuciosidad y su trabajo es tan importante como el del Director de Foto que pone el criterio lumínico para realzar el trabajo de la “gente de arte”, como suele llamársele.

Entre las grandes puestas de dirección de arte podemos tomar el caso de “Alatriste” con Benjamin Fernández como director de arte, con una puesta visualmente impresionante y un estudio de referentes pictóricos de la época excelentemente bien logrados, que junto con un excelente director de fotografía representan íntegramente la estética del Barroco español. Realmente impresionante cuando se ve en imagen vívida la representación del cuadro “La Rendición de Breda” de Velázquez. Allí también se ven los bodegones de Sánchez Cotán y la influencia de Caravaggio. Todo esto acompañado del vestuario sutil y acertado de Francesca Sartori. Con esto quiero decir que la Dirección de Arte no es solo un genio metido en libros de arte e historia sacando cuadros que copiar delante de una cámara de cine, si no más bien un equipo que va tras un concepto visual concreto.

La dirección de arte necesita crear un estilística que sea verosímil, coherente, que esté al servicio de la historia, por eso es posible que nunca recordemos los nombres de los directores de arte, o que cuando veamos que ganan premios nos preguntemos qué hicieron para ser tan aplaudidos, pero eso es lo mejor, lo mas interesante, no saber sus nombres, ni quienes son sus equipos ni cuando tiempo les llevó su investigación estética, histórica. Lo más interesante es sentarnos en el sillón o la butaca y sumergirnos en los mundos que ellos armaron para que nosotros nos maravillemos, nos salgamos de nuestra época y nos metamos en la que ellos crearon para nosotros, que finalmente sintamos que somos parte de la historia que la película nos está contando.-

Invierno a la Kubrik



Pocos directores han pasado por todos los géneros como lo hizo Stanley Kubrik en las doce películas que conforman su carrera cinematográfica. Solo doce películas marcaron la trascendentalidad de un genio como Kubrik en la historia del cine. Este excéntrico director fue, antes que nada, fotógrafo, y adoraba la imagen estática y los largos silencios, recursos que utilizó muy sabiamente en casi todas sus películas.

Si bien son indiscutidas obras maestras cintas de él como “Espartaco” (cine épico), “La chaqueta metálica” (cine bélico) o “La naranja mecánica” (ciencia ficción), la más atrayente es “El resplandor”, con el genialísimo actor Jack Nicholson.


Y es la más interesante no solo por la pelea que protagonizó con el autor del libro original (Stephen King, quien esgrimió que el director no respetaba la naturaleza de la historia), sino por la refinación realizativa y narrativa que el director le da a su película. En “El resplandor”, Jack Torrance, un escritor frustrado, consigue trabajo como cuidador de un viejo hotel al que irá a pasar todo el invierno con su señora y su hijo pequeño, Danny. Ya en el hotel, Jack Torrance comienza a dar muestras de cierta enajenación mental, mientras su hijo recibe “resplandores” telepáticos de episodios sangrientos que ocurrieron en el hotel. Kubrik muestra como nadie una serie de imágenes que jamás podremos olvidar: como Jack Torrance con un hacha buscando a su mujer para matarla, o Danny, el hijo, siendo testigo de la aparición de gemelas muertas cruelmente descuartizadas allí mismo.

Si bien hay nuevas películas de terror, y demás subgéneros, que son excelentes y que hacen descubrimientos más que interesantes en la narrativa, la realización cinematográfica, la psicología y el “infierno” humano, Kubrik con su resplandor artístico nos deja atravesados a todos, de eso no hay duda.
Pasa algo curioso: todos quien hayan visto “El resplandor”, la quieren volver a ver. Al fin y al cabo, y viendo la nievecita que se acumula afuera, amenazando con aislarnos en aterrador aburrimiento, ¿quién no quiere pasar un invierno a la Kubrik?.

lunes, 11 de mayo de 2009

La Experiencia Creativa y el Bla Bla



Moverse en el mundo creativo no es fácil, y transitar de uno a otro, mucho menos. Personalmente me he aventurado en dos de ellos: el realizativo y el literario. En el realizativo la creación de guiones, que las más de las veces son publicitarios, con toda la inmediatez y liquidez propia de ese trabajo. En el literario me he sumergido en el mundo narrativo con bastante buena suerte y respuesta de los lectores. Y ese mundo me ha parecido rico, algo laberíntico pero propicio para las audacias intelectuales más interesantes. Mi primer libro editado es “17 Simples Cuentos”, “pequeñuelo que avanza sigilosamente, en el que cada historia funciona como una cuenta de un collar, precisa, compacta, circular”, como se atrevió a decir un colega chileno a quien agradezco semejante elogio, es un tránsito por esta agradable, vertiginosa y contradictual experiencia de escribir lo más en serio posible.


Cada escritor tiene su proceso creativo propio, algunos, cargados de talento cuecen obras maravillosas en poco tiempo, otros precisan de más voluntad de trabajo, de más fruición. Y también, por qué no, los hay sin lo uno ni lo otro, solo con la intención de aventurarse a transitar el proceso creativo con la más licenciosa de las libertades.
Pensando en los primeros, en relación con los segundos (en donde me incluyo), recuerdo un refrán que me inventé y me repito cuando no tengo ganas de escribir: “Trabaja vamos, trabaja! Qué Heminway hubo uno solo, los demás somos todos esmerados aprendices!”. Y esta confesión viene a cuento de que eso de la musa es, justamente, puro cuento. Perdónenme los amigos escritores que lo usan para conquistar “musas” pero convengamos que es así. La musa no viene ni va, no sube ni baja, por lo menos en los más de los casos, la literatura es trabajo. Es averiguar tal vez, sacar si, encontrar esa idea loca que anda por la cabeza de uno, pero el resto del tiempo, un ochenta por ciento más o menos, es más técnico que creativo, es pulir, pulir y pulir, mientras nos sumimos en la contradicción de guardar con celosía ese espíritu primario de nuestro retoño creativo o seguir afinándolo para que quede algo mejor, pero quizá muy, muy alejado de lo que pensamos en un principio.

ALGUNOS BLA BLAS

Uno de los primeros bla blas que puedo traer, sin ofender a nadie ni calificar menos, es eso de que para escribir cosas nuevas hay que hacerse el “nuevo”, el “rompedor de esquemas si o si”. Léase adoptar estilos fisonómicos, de actitud, de vida o de conducta para crear. Entre éstos destaco teñirse raro el pelo, vestirse estrambótico o hacer callar al resto con frases como “cállense, no me molesten, estoy pensando…”. Este estilo de cosas crece y florece y termina siendo como una condición para el escritor: finalmente hay que “parecerlo más que serlo”, y doy fé porque lo he vivido en carne propia hace un tiempo, en donde fui convocada para escribir dos de los trece guiones de un proyecto para una serie bizarra de la televisión chilena, allí me encontré que en la reunión del canal con los otros guionistas participantes. De repente estaba rodeada de góticos, pseudos vampiros y un sin fin de alfileteros humanos con aritos por aquí y por allí, con los que no nos diferenciábamos mucho en el estilo de escritura (en ese caso por lo menos, éramos los convocados para un mismo proyecto) pero que de aspecto físico y actitud distábamos mucho. Por supuesto que me alejé y a la próxima reunión en el canal fui con un ajo en el bolsillo y un detector de metales.

Otro bla bla es el de las super ventas de libros. La mayoría de la gente, cuando se entera que uno escribió un libro te pregunta ¿Cuánto vendiste?, como un santo y seña que les impide alejarse de la cultura en que todo debe ser medido si o si. Si no hay medida, no hay vida, pareciera decir el mundo al escritor. Ese es uno de los bla blas más corrosivos, porque lo que se vende mucho no necesariamente es lo mejor. Es más, haciendo un suave razonamiento, es posible que la literatura industrializada apure, atore y ahorque al escritor para “enlatar” su proyecto y que éste termine firmando cualquier cosa, sin el tiempo ni el “estacionamiento” que necesita una obra literaria de cualquier naturaleza.
Ni hablar del plagio de obras o sencillamente de ideas.

Finalmente, y lo que no es ningún bla bla en absoluto, es lo que la literatura deja en el lector. Eso si que no tiene nombre ni precio, sino que un valor incalculable, sus testimonios dan una alegría difícil de describir. Personalmente es el mejor de los premios que pueda recibir, como cuando una tarde que deambulaba por “la anónima” un señor espontáneo se me acercó y me dijo “…usté es la escritora ¿no? Dígame, esa gente que cuenta en el libro ¿existe de verdá?”.