viernes, 26 de junio de 2015



FALTAN PERROS   (cuento)







Conocí a Josiane en un viaje. Iba a Liberia a buscar una mariposa de la que le habían dado el dato. Había hablado de su colección el día que fue a comprar un pasaje a Abu Dhabi y le contó al dueño de la agencia que solo iba para estar cinco días en la feria de Al Maktoum mirando artesanías; el sujeto vio el brillo en sus ojos y le contó la historia de una mariposa exótica en Liberia. Un artilugio para venderle un viaje que Josiane compró.

Creo que si Plinio y Delgino tuvieran mujeres físicamente llamativas o hijos graduándose en el extranjero, no estarían tan orgullosos como con este tema de la cría de perros de raza. A Plinio le falta un pedazo de tibia de una pierna y parte del peroné de la otra. Me paro en el portón de entrada de su casa y lo veo venir hacia mientras intento notar las prótesis que lo sostienen.

Suelo ver en su hermano Delgino, una solapada agresividad. Si le comentara esto a Sigrid me mataría. Ella ve un especial hálito de dulzura en sus ojos claros; yo más bien lo asocio a perros agresivos.

En su intento de sofocar carencias la gente se aferra a lo que puede, como Josiane buscando esa mariposa en Liberia. Cuando llevo a Marte al adiestramiento suelo quedarme conversando con Delgino. Tengo la impresión de que desliza conceptos oblicuos con el único fin de educarme en temas raciales. No sé si es mi impresión o hay algo de cierto en eso. Esto no se lo diría a Sigrid, ella vive en un mundo de comodidad imperturbable. No mueve nada de lo que la circunda, mucho menos hace planteos sobre la gente ni esboza hipótesis psicológicas sobre los vecinos y adiestradores de nuestro adorado Marte.

He observado la violencia que despiertan Plinio y Delgino en los perros, no en el mío precisamente, a Marte lo tenemos hecho un tonto. Reconozco que volcamos en Marte nuestro deseo de ser padres y a su vez la cobardía de no concretarlo. Hay una duda que sobrevuela nuestra pareja y que nos impide concretar la paternidad. Sigrid me petrifica con tanta displicencia ante la vida, entonces nos dedicamos tácitamente a lo malcriar al perro, borrando la disciplina y educación por la que le pagamos una buena suma a los hermanos Plinio y Delgino Calva Holdich. Sigrid los admira de un modo urticante, ha llegado a traerle de  nuestra casa de decoración material muy valioso para sus trajes de adiestramiento. Elementos que he visto destruidos en muy poco tiempo por la ferocidad de algunos perros que Plinio y Delgino adiestran. Le dije a Sigrid que es tirar material regalárselo a los Calva, pero ella no me hace el más mínimo caso. 

Le comenté esto a Fulvio, él hizo una lectura más fina sobre los conceptos que  develé de las conversaciones con el adiestrador. En particular de las nociones sobre raza que el sujeto intenta trasladarme. Le conté también a Fulvio la especial predilección sobre perros peligrosos. Los pitbull, dogos, mastines napolitanos, doberman, pastores alemanes y tosa inu, son los perros que más interés tienen en adiestrar. Plinio y Delgino son los más valorados criadores de rottweiler, y eso lo sostienen con las impecables distinciones que conservan en su oficina de recepción. Plaquetas distintivas como miembros de agrupaciones caninas dan pauta de la fruición con que se manejan los hermanos Calva Holdich para con la cría y adiestramiento de perros de raza.

Percibí una vez el secreto desprecio que sienten sobre los perros considerados menores. Una señora se acercó con un bóxer para ser adiestrado y Delgino no hizo más que decir una frase descartando al perrito en cuestión. No adiestramos aquí este tipo  de animal, este es un perro básicamente de compañía, dijo de cuclillas mientras lo miraba evitando tocarlo, como si se tratara de un experimento mortal acariciar al perro que lo miraba con un aire melancólico. Es un lindo perro pero carece de temperamento. No tiene resistencia al dolor, tampoco tiene la robustez física necesaria. Al decir esto comprendí la rápida y contundente lección que Delgino estaba dándonos sobre sus preferencias raciales. La mujer evidentemente frus- trada partió con el perrito que por curiosidad intentó acercarse a la jaula con cinco rottweiler en adiestramiento, a lo que los perros respondieron con una ardiente agresividad que Delgino no intentó sofocar.

Luego se dirigió a mí con una mirada ineludible color celeste ario. Ese perro no tiene impulso de presa. A Plinio, y a mi especialmente, nos interesan los perros de carácter impetuoso, ardientes, y sobre todo racialmente irreprochables. Faltan, no hay caso. Faltan perros ––dijo.

Sigrid no hizo más que sonreír arrobada ante la mirada de Delgino. Me dolió perderla. Mi mujer era simple carroña en la boca del perro de presa. Delgino la desintegraba ante mis ojos. Lo odié. Me vi forzado a disimular mi conducta desesperada y agónica.
Los perros salvajes se movilizan y conviven en manadas, en la  manada existe un perro alfa macho y una alfa hembra, ellos son los únicos que pueden procrear.

Plinio y yo roímos la cena y los celos en perfecta comunión. Me gustó mucho rozar con mi pie desnudo sus piernas e inten- tar sacarme la duda protésica. Nos asumimos a una conducta homo  erótica por venganza mientras hablábamos sobre los materiales que ellos usaban para la defensa y que los rottweiler despedazaban con tanta facilidad.
Sigrid jugaba con su collar y Delgino sonreía satisfecho. Yo me derramaba incrédulo y Plinio intentaba evitar la dolorosa y femenina desazón que lo embargaba.

Hablamos de la furia de los perros. De ferocidad. De sangre, de mordidas fatales. Plinio me contó que había sido atacado por  perros peligrosos y que encontraba un cierto placer en sentir el aliento del perro cerca de su piel cuando había pasado la frontera de destruir el traje de defensa en adiestramiento. Porque eran perros que ellos entrenaban para eso. Mordían hasta matar si era necesario. Deduje que olfateaba ese morbo que siento por el tema con sus piernas, y me contó que entregó, casi feliz, su tibia y su peroné. Me comentó que habían pensado en tener una reserva de otros animales vivos para que sirviesen de blanco de persecución y muerte de sus rottweiler en entrenamiento. Esa idea fue solo una forma auxiliar de supurar la rabia. Yo pensé cosas peores en ese mismo momento. Le confesé que fantaseo con que en su casa tienen las partes de las piernas de Plinio dentro de una caja de cristal bajo una luz dicroica y ambos las adoran mientras escuchan un CD con ladridos de perro.


Hablamos también de los perros importantes de la Historia. Yo hice una gala absurda de la erudición de fin de semana que había logrado gracias a mi excelente memoria y quince años de conversaciones con Fulvio, mi amigo profesor de historia. Le conté sobre el viaje de la ingenua Josiane buscando en él una complicidad que no encontré. Plinio también hubiese viajado al fin del mundo buscando, en este caso, un perro imaginario. Sigrid solo  se regodeaba con los comentarios picantes que Delgino le hacía suponiendo mi falta de atención. Pude determinarlo todo observando a Delgino y sus músculos fuertes, su mandíbula grande y su boca profunda.

A los perros peligrosos no hay que mirarlos, solo hay que bajar la cabeza y evitar el contacto visual. Lo mejor es quedarse quieto contra una pared. A lo sumo te orinará.
Pasaron treinta y cinco años desde aquella vez que un perro hizo exactamente eso conmigo.

Me imaginé lamiendo con deseo (y hasta con loco amor) las prótesis de Plinio, recorriendo con una caricia hipócrita un pedazo de silicona, titanio, acero o lo que fuese que conformara sus segmentos fantasmas.



 Luego de tres horas se acabaron las competiciones, los criaderos, las asociaciones, las agrupaciones dedicadas a los perros de raza y la innumerable lista de logros de los hermanos Calva Holdich en el universo canino. Ya teníamos suficiente.
Los cuatro.

Plinio dio por perdida una batalla que para mí era la primera. No hizo s que mirarme con un aire de resignación antes de irse. Nunca ha habido nada s sereno que una buena justificación.