martes, 19 de abril de 2011

CORTESMENTE

Este cuento es uno de los que conforman mi primer libro: 17 Simples Cuentos. Se titula CORTESMENTE.


La señorita Andrea me saluda con simpatía, todas las mañanas me sonríe al salir. Yo me siento bien cuando la gente pasa y me saluda. Pero hay gente que no lo hace, que cree que porque sólo barro no merezco que me saluden cortésmente. Don Gerardo también me saluda, es viejo, siempre anda de traje y corbata y tiene olor a tabaco, levanta su sombrero para contarme que hace frío, que está húmedo o que “fríos eran los de antes”. A mí me gusta barrer, no quiero hacer otra cosa, ese golpe en la cabeza cuando era chico, hizo que la mitad de mi cabeza dejara de crecer y que mi cerebro estuviese apretado allí para siempre. Mi mamá decía que no tenía que hacerle caso a las voces que a veces escuchaba, mi papá me pegaba porque decía que yo inventaba fantasmas, ¡pero los veía de verdad!
Me gusta barrer, aunque a veces me canso porque me agarran como unas ganas de barrer todo rápido y no puedo parar; en el sótano, a veces agarro el martillo y le doy y le doy a un clavito, y hasta me lastimo pegando con el martillo, pero no puedo parar.

Mamá no está para preguntarle, ahora tengo que arreglarme solito, porque soy grande. Papá me dice (cuando no toma vino) que tengo 43 años, yo no sé cuanto es 43 pero parece que es mucho. Extraño a mamá, ella me entendía, nos quedábamos dormidos mirando la tele a la noche. El gato se fue cuando ella murió, nunca más lo encontré, y eso que lo busqué por todo el barrio. Extraño a mamá, ya no como más guiso desde que mamá no está.

La señora del quinto no me saluda, es como una actriz de la tele con sus pieles de animales en el cuello y siempre tiene olor a flores. Ella antes tenía un perrito, se le escapó, yo lo encontré y se lo iba llevando al quinto, pero el perrito me mordió en el ascensor, le pegué y no pude parar; cuando me di cuenta se había muerto. Fue como lo que me pasa con el martillo o con la escoba, que no me puedo detener, lo tuve que poner en una bolsita y guardarlo en el bote de basura para que el conserje don Arturo no me retara.

El novio de la chica del segundo me dice “engendro” y la chica se ríe, y yo me río si la chica se ríe, total, no sé lo que será “engendro”. Esa chica es linda, tiene el pelo largo y tiene olor a manzana a la mañana. Ella me saluda cortésmente y me da chicles, el novio no.

Pienso en lo que más me gusta en el mundo: los gatos y sus bigotitos que se mueven como antenas, comer dulce de leche tirado en la cama cuando es de noche, la tele cuando cantan y bailan, el olor a manzana de la chica del segundo, alcanzarles la pelota a los chicos cuando se les sale de la plaza y que me saluden cortésmente cuando yo barro a la entrada y pasa la gente a la mañana.

Estoy solito sentado aquí en el sótano, con el martillo en la mano, y tengo sangre pero no me duele nada, la sangre es de la cabeza del novio de la chica del segundo, que está tirado ahí, pero yo no me puedo mover a ayudarlo. Me da ganas de llorar, mi papá me va a retar, ¿cómo le voy a explicar que el chico me vino a pedir algo y me dijo “engendro”, y que yo estaba con el martillo y no me pude detener?