sábado, 27 de febrero de 2010

lunes, 22 de febrero de 2010

La Desaparición según Doña Eloísa

A la Lunita y su eterna somnolencia
La joven periodista se acomoda los visos rubios en el sucio espejo del salón de la casa de doña Eloísa, trata de no lagrimear ante el fuerte olor a alcanfor y humedad del lugar. Menea suavemente la cabeza confirmando que esas ventanas no deben haber sido abiertas en meses, recorre el salón acentuando cada paso sobre el piso de madera con sus finas botas italianas, mirando los oscuros óleos firmados por el difunto marido de doña Eloísa.

Doña Eloísa viene despacio, acompañada por la Lunita, su gata de pelo corto, de ninguna raza distintiva a simple vista, o sea, decididamente ordinaria. La vieja se sienta en su sillón junto a la ventana y la periodista acerca una silla que cruje y amenaza con desarmarse.
-Doña Eloísa ¿usted nunca oyó hablar de ese hombre, no sbía que era tan famoso? ¿Nunca lo había visto en la tele?



-Si había tipos raros, señorita periodista, uno de esos era Marcos. Él está, o estaba, ¡o está, mejor dicho! Bueno, usté sabe... desde hace dos años acá al lado, pero nunca pasamos del saludo respetuoso de vecinos. Y bueno, es que él era un hombre solitario, aplastado por la rutina, que compraba cosas raras... como ese ángel enmohecido que tiene en el patio, esa estatua con las alas rotas que se ve ahí ¿lo ve? No es que yo me fijara en su vida eh, pero usté sabe, la Lunita anda por ahí y me cuenta todo. Y ella, que sí podía ir para allá, me contaba que desde hace tiempo tenían una relación muy extraña esos dos... ¿me alcanza aquel vasito, mi querida? Voy a probar este armagnac que usté amablemente me trajo, mmm Millésimé, de los buenos eh...
La vieja se sirve armagnac en el vasito que le alcanza con desgano la periodista. La gata pone la pata sobre el vaso y se le humedece con un poco de armagnac que empieza a lamer. La periodista intenta disimular la sorpresa ante la escena y prosigue con su cuestionario.
-¿Y usted vio gente rara por aquí en los últimos cinco o seis días? ¿Alguna persona que pueda haber secuestrado al señor Illinostri Secco?
-La verdá que no m’hijita, bien ve usté que yo no me puedo mover demasiado con estas piernas, o sea que solo puedo mirar desde aquí, y bué, ahí lo veía a Marcos, conversando con la estatua esa. Igual yo me fío más de lo que me dice la Lunita que de lo que veo con estos ojos que ya casi no ven... Pero bueno, si quiere saberlo por mí, yo le cuento que todas las tardes, como a las seis, ahí estaba Marcos Illinostri Secco con su estatua del ángel roto, los dos haciéndose compañía con el tecito de por medio. Yo no sé... con la Luna no sabemos qué pensar, ¿no’cierto Lunita?
-Y usted, doña Eloísa ¿a qué, o a quién le atribuye la desaparición de Illinostri Secco?


-Ahhhh, no sé, yo no vi a nadie, no sé qué pudo haber sido de él... disculpe, señorita, pero muy bueno el armagnac eh, sírvame otro poquito por favor... Mire, le vamos a ser honestas ¿no’cierto, Lunita? a lo largo de dos años, si hablé tres veces con él, fue mucho, ¡y siempre la misma conversación con este Marcos! ¡Siempre hablando de ese ángel! ¡Tras que oigo poco, y el vecino hablando y hablando de la estatua esa! No si está loca la gente eh... ¿no’cierto Lunita? Oiga, señorita periodista, la Lunita dice que deberían ver qué dice la estatua que está en el patio, que ahí está la clave de la desaparición de este pobre hombre Marcos.


-Doña Eloísa, por favor: usted es la única persona que puede ayudar a la policía y al periodismo en este caso, necesitamos de su colaboración, trate de recordar ¿vió algo usted en los últimos cuatro o seis días, o sea antes de que desapareciera esta persona?
-A mí me parece que le pasó como a esa gente que termina siendo lo que no quería ser, a fuerza de no serlo no más, y de no ser otra cosa. Yo no sé si usted me entiende, mi querida, este Marcos no estaba muy bien que digamos... no era una persona normal como usté, como yo, como la Lunita... La gata siempre me venía con el chisme de que Marcos le decía continuamente a la estatua que había sido feliz sólo esa vez que había hecho de fantasma en “Vení que te asusto toda”, ¿usté no le vio la cara de felicidad cuando era invisible y asustaba a esas chicas gritonas que corrían desnudas en la pensión estudiantil?, o cuando hacía del marido muerto en la novela “Soy viuda y sigo amando”, ¿nunca vio usté la cara de alegría que ponía ese hombre cuando la viuda estaba con otro y él miraba todo sin ser visto?


-Bueno, doña Eloísa, la verdad que poco podemos hacer con estos datos tan escuetos que usted nos alcanza... ¿Habrá algo que usted recuerde y que nos esclarezca un poco la situación?
-Espere, espere, capaz que esto le puede ayudar un poco, pero no sé, ¡a ver Lunita, andá vos!, yo hoy no me puedo levantar, con estas piernas... ay, ay, ay...


La gata Lunita se levanta ante la sorpresa de la periodista y se va hasta una cajonera cercana, la periodista tiene un rictus de hartazgo y de desidia total por la situación, tan absurda. La gata maúlla y apoya las patas delanteras sobre el tercer cajón.
-Señorita periodista, abra el cajón que dice la Lunita, mire la fotografía que está en ese cajón... con confianza no más... esa fotografía la tomé yo, para terminar un rollo que compré cuando fuimos con el centro de jubilados a Bañadito Viejo, en San Luis... ¡Un calor... que usté no se imagina!. ¿y sabe por qué la saqué, señorita periodista? ¡Porque a un viejo tonto se le ocurrió empezar a cargarme a mí cuando yo contaba lo de la estatua que hablaba con el vecino! ¡El viejo pavo me decía que seguro que era uno de esos que trabajan de estatua en la peatonal y que este actor, Marcos, mi vecino, había contratado uno igual pa’que sea estatua en el patio d’el! ¡Pero yo estoy segura de que no! La estatua que yo veía, y la que está en la foto es la misma que está ahora ahí. Mire, de acá se ve: la estatua es estatua no más, ¡no hay que buscarle más cosas raras, pues!!! A ver, alcánceme aquella botellita verde, m’hijita, por favó...


En la foto están Marcos y la estatua del ángel conversando, sentados cómodamente alrededor de una mesita de jardín en el patio de la casa, la periodista no da crédito a lo que ven sus ojos. Mira al patio de Marcos y es la misma estatua del ángel de la foto.


-¿Ve, señorita periodista? ¿Ve que tendrían que tratar de sacarle al ángel el paradero del actor este? ¡No, si la Lunita tiene razón cuando dice que lo aprieten al ángel ese para que hable! Y eso que la foto es vieja eh... tendrá unos dos o tres meses. Yo la tomé antes de que el vendedor ambulante atorrante ese me robara la máquina de sacar fotos. Es como le digo, señorita periodista: para mí, que este terminó siendo lo que no quería ser, a fuerza de no serlo no más, como pasa siempre. Mire, ¡oiga lo que dice la Lunita! ¡Tiene razón esta gata!, ella dice que lo escuchó decir una y mil veces que estaba cansado de todo, de los papeles tontos que le daban en la tele, que Marcos más de una vez le dijo a la estatua que quería desaparecer no más, ser como él, de piedra, o sea, no sufrir más. Es como le digo, señorita periodista: este hombre quería desaparecer, ¡estaba harto! piense usté: ¿cuántas veces uno quiere desaparecer? ¿Dejar que el aburrimiento de esta vida lo entierre bien enterrado a uno de una vez?


La periodista suspira, como exhalando el último resto de paciencia que le quedaba para con doña Eloísa. Se levanta, apaga el grabador y lo guarda en su cartera mientras acomoda sus visos rubios para incorporarse a la calle nuevamente. Con una dureza bien disimulada por la cortesía de rigor le dice a la vieja:
-Bueno, doña Eloísa, muchas gracias por todo, pero poco puedo hacer con lo que me cuenta, igual gracias por su aporte.
La joven se dirige a la puerta sin poder evitar la vanidad mirándose, como al principio, en el sucio espejo de la sala de doña Eloísa. La vieja se queda concentrada leyendo la etiqueta del armagnac, sin prestar demasiada atención a los movimientos de la periodista. Sólo cuando ésta abre la puerta de salida la vieja le dice desde su sillón:
-Mire, señorita periodista, hágale caso a la Lunita, ¡esta gata tiene razón! yo que usté me acerco al Parque Meridional y me fijo en las estatuas nuevas que trajeron el otro día... mire que la del Explorador se parece bastante, bastante a Illinostri Secco...

Este cuento también pertenece a 17 SIMPLES CUENTOS.

sábado, 13 de febrero de 2010

Si me echan, cuento todo


Los medios audiovisuales reciben y expulsan con la misma intensidad a sus hijos, sean guionistas, actores, directores o cualquiera que pretenda arrellanarse cómodamente en ellos. Asi es el juego, algunos lo entienden otros no. Sería un tema largo de debatir y creo que las conclusiones serían devastadoras si nos pusiéramos a analizar las razones de la compulsión a los mass media de personajes y personajillos criollos que no pueden vivir sin aparecer en la televisión. Si ya sé, hay un par de personajes que ya se le vinieron a la cabeza al lector en este mismo momento… Bueno, de eso mismo trata una vieja película del director Gus Van Sant, titulada TODO POR UN SUEÑO, hecha allá por 1995. Sí, mucho tiempo pero si uno vuelve a verla se da cuenta de que es casi un tratado sobre esa máxima que tienen en el norte con eso de que “no sos nadie en EEUU si no salís en televisión”.

Y digo un tratado porque el mismo Gus Van Sant se vengó, a través de esta radiografía satírica, del sueño americano después de haber sido él mismo expulsado del paraíso audiovisual luego de un par de fracasos.
En TODO POR UN SUEÑO, Suzanne (Nicole Kidman cuando era bella como ahora pero podía mover todos los músculos de su cara y no se pasaba de maquillaje en un festival) es la clásica joven yanqui que se casa con un tipo común y corriente (Matt Dillon) que quiere poner un restaurante. En el transcurso del matrimonio le pasa lo que a muchas: se da cuenta que no era eso lo que quería para su vida, que ella está para más, entonces no tiene mejor idea que, con ayuda de un par de secuaces, deshacerse del pobre marido.

Gus Van Sant es un maestro de revelar la intolerancia humana, y en esta película, con un estilo nervioso pero concreto, nos muestra que el ser humano es bravito y vive pataleando por lo que él mismo eligió. Encima, Gus de venga de lo lindo revelando el cartón pintando sobre el que se erige el mundo del mass media.

martes, 9 de febrero de 2010

Olga y los Estigmas

FÁTIMA (fragmento)
Olga Starzak

“El mismo día que el marido murió, ella comprobó su estado de gravidez. Desesperada y convencida de que era la forma más certera para provocar un aborto, llegó a consumir el agua con la que había aseado el cadáver. A nadie podría convencer que la paternidad le correspondía a su esposo. Cuando su cuerpo, aún erizado por las manos hábiles de su amante comenzó a ensancharse, ya no pudo esconder su estado. Y pronto los familiares del fallecido la acusaron ante el tribunal supremo. El hombre que la había poseído, prometiéndole amor y protección, negó haber tenido relaciones íntimas con la –ahora- viuda y fue inmediatamente absuelto.Fátima fue condenada a la lapidación. El hecho se concretaría el día después de que el bebé dejara el pecho materno. Así, acosada por la sociedad y encerrada en un lugar para mujeres delincuentes, esperaba que un milagro la dejara disfrutar del niño que se movía en sus entrañas. El mismo niño que le daba fuerzas para luchar, para borrar de su mente el rencor hacia el hombre que denegara su responsabilidad de padre, dejándola sola y acuciada.La parió en una sala gris y descuidada. Sintió el cálido cuerpo de la chiquita, pegajoso y hambriento, sobre sus hinchados pechos. La amó con una intensidad desconocida. Y no pudo prometerle que no la abandonaría.Aunque el mundo enteró bregó por su salvación, el fallo del tribunal fue indiscutible.En la mañana del día en que Magda cumplía nueve meses, a su madre la trasladaron al campo de concentración. Enterrada hasta la cintura en la tierra enlodada, esperó la acción de la ignorancia y la injusticia…”


Olga me invita a tomar el té. Sentada, disfrutando la luminosidad de la cocina, veo a Olga que va y viene con tazas y trozos de tarta prolijamente cortados. Todo es serenidad en la casa a esa hora, no hay nadie más que ella y yo allí. Comienza su relato. Olga enumera, sentida pero discreta en detalles, el sufrimiento cotidiano de las mujeres de oriente. Habla sobre la extraña legitimación de las aberraciones más indignas contra niñas y mujeres en distintos lugares del mundo. Todo esto lo dice con la lucidez y el respeto con que se cuenta el secreto más preciado y doloroso de alguien muy querido. No cae en referencias morbosas, ni prende fuegos de artificio con historias reales que no son para nada ficción. Parece no inmutarse mientras cuenta lo que cuenta, es la mirada suya la que revela lo mucho que le pesan estos dolores ajenos con los que empatiza. Tanto como para relatarlos uno por uno en el libro que ahora tengo en las manos, ESTIGMAS.



Mientras la veo servirme el té, repaso en mi memoria el concepto que tengo de estigma. Escuchándola me doy cuenta que para Olga, como para mí, los estigmas son más que huellas sobrenaturales en la piel de algún mártir, más que señales o marcas físicas productos del daño corporal. Para Olga, los estigmas punzan por dentro, de manera intensa, sostenida. Y para siempre. Las mujeres que Olga relata viven y sobreviven al padecimiento que el tiempo, la injusticia, la sociedad y tantos otros factores les hacen pasar.


Sus mujeres se hacen a la vida con una resiliencia inesperada, traspasan con natural valentía el sufrimiento, fracturas expuestas en su género, en su feminidad, llagas ardientes en su dignidad. Y las atraviesan sin reparar en el daño, ni aferrándose a él. Más bien se erigen en la esperanza de un futuro mejor. Ellas atraviesan los infiernos que ajenos les imponen tomando bocanadas de aire que les permiten seguir. Curan sus heridas con el aceite invisible de la misericordia al ser que, a sabiendas o hundido en la ignorancia, las hizo sufrir.

Tomo un sorbo de té mientras Olga hojea otro de sus libros, EL LENGUAJE DEL SILENCIO. Cuando finalmente encuentra lo que quiere mostrarme me aboco a leer tranquila sus relatos. Y me escurro en historias complejas, truculentas, vergonzantes. Levanto la vista y veo a Olga mirando hacia fuera, no puedo entender cómo esta mujer que cuenta con tanta severidad historias tan arriesgadas sea la misma que tengo enfrente. Me sonríe indulgente, serena, como si supiera que luego de leerla me di cuenta. Que ahora sé que maneja los abismos de otros, los deseos, los miedos, los dolores y los secretos de sus personajes.
Olga sonríe y me invita un poco más de té, premiando mi astucia para darme cuenta que la señora se maneja perfectamente en estos secretos precipicios ajenos.

Te Atribuyo

Del libro LETAL INTENSIDAD. Que tantas satisfacciones me está dando. Que tan sereno y sigiloso se mueve en la emocionalidad de los lectores, a quienes agradezco los comentarios que suelen hacerme en torno a él y a la inesperada identificación que les provoca. Nunca imaginé que un libro pudiera abrirme a los relatos privados, algunos íntimos, de la gente que lo leyera y se encontrara en lo que escribo. Gracias por compartirlo conmigo. Gracias.

TE ATRIBUYO

Enseñarme la belleza
de la honradez de la piel humana.

Bailar con mis horas perdidas sin marearme
ni agobiarte.

Marcar
remarcar
remarcar
los metros que nos unen.

Ayudarme
cauto
complaciente
a resignarme a intentar cruzar el desierto de Atacama.

(Para finalmente aventurarme
a atravesar el vasto desierto de tu espalda)