sábado, 20 de noviembre de 2010

MAREADA


A la Loffredo

Cruzándose mareada
una brisa trasnochada.

En la milonga
un taco muerto
en el medio de la nada.

La botella es de buen vino.

La Loffredo
y diez mujeres de vestido
desafian a los guapos
fustéandolos con la mirada.

Bailan
danzan
ríen
se elevan
como el humo que está ausente
y esta noche no envenena.


La tristeza hoy es ahogada
en el rumor de la sombra
que como esta noche hay milonga
ya se queja abandonada.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Gefangen in ihre Arme (Gedicht)

     Das nebel kein am möchte
er selber bewilligen verführen als das schlingen.

Er selber liebeskrank
und er selber Er Schläft am sus Nächte.

Nach anbeißen süß.



Silvia Castellón es lebt inch Puerto Madryn.
Das Buch DAS SEIL SPRINGEN.

viernes, 5 de noviembre de 2010

EL SHOW DE LA TARDE


-¡La Doctora Emilia Edith Cáceres se recibió de abogada en 1966. Enseñó Derecho en muchas universidades prestigiosas de Argentina. Durante gobiernos de facto fue arrestada, sin tener cargos en su contra, y estuvo en prisión largos meses sin razón alguna. Luego de obtener su libertad se dedicó a la práctica privada de la abogacía. Fue nombrada jueza a cargo de una corte en Buenos Aires. Fue ascendida en 1987 y, nuevamente, en 1992. Se jubiló en 2001. La Doctora Cáceres es integrante de la Asociación Internacional de Derecho Penal, y miembro fundadora de la Asociación Internacional de Mujeres Jueces, organización que presidió desde 1996 hasta 2000. Estos, entre otros, son sus antecedentes, y hoy en Cómo construir el éxito, emisión 204, recibimos con un fuerte aplauso a la Doctora Emilia Edith Cácereees!-

Emilia Edith Cáceres entra en escena en el bullicioso programa de televisión de la tarde. Es una mujer de baja estatura, con grandes anteojos y una sonrisa humilde como pocas. Se sienta en un sillón mientras es observaba por miles, que digo miles, millones de televidentes en un país latinoamericano, orgulloso de una hija de esa tierra que ha acumulado tantos logros. Logros que por supuesto hoy son profanados sin ningún remordimiento, apretándolos sin más en el minuto plástico y chillón de televisión.

Comienza la entrevista que es por momentos sobresaltada por arranques de histéricos aplausos dirigidos por una productora de veintidós años que está en su primera semana de trabajo en el canal.

-La Doctora Cáceres también formó parte del Tribunal Internacional de Mujeres sobre Crímenes de Guerra para el Enjuiciamiento de la Esclavitud Sexual, que condenara a varios ejércitos del mundo por los crímenes cometidos contra mujeres sometidas en distintos países, cuéntenos, Doctora, cómo se consigue un prestigio tan grande a lo largo de los años, ¿Cuál es el secreto…?- El animador lo lee todo (sin respirar) de un gran rollo de papel que sostiene un chico con un pantalón que aunque raído, igual le costó mucho dinero. Los antecedentes recontra resumidos no son más que una catarata de datos sin sentido en la voz exaltada del conductor. El director de programación ruega, mientras aprieta nervioso una pelota de goma espuma en su despacho, que lo que Emilia diga (sea una receta de cocina o su número de zapatos), haga llorar a alguien. Cuantos más lloren de este o del otro lado, mejor.

(La televisión es emoción, es sentimiento, es… es… “¡como Cocacola! ¡que es ASÍ!”)

Emilia Edith Cáceres hace un esfuerzo para no hablar “difícil”, como le dijo su mamá. Emilia habla y el público la mira sin entender. Por más esfuerzo que ponga, la audiencia solo festeja el brilloso eco de una reputación a la que no le descubre su verdadera esencia. Pero aplauden, eso es lo importante.

Luego de contar escuetamente su paso por las distintas instituciones y cargos, llega la hora de lo morboso y el conductor le pregunta por su detención en aquellos años. Él, adivinando las intenciones de la audiencia, intenta preguntar ESO.

-No debe haber sido fácil su detención en aquella época, sobre todo tratándose de una mujer joven, una intelectual y muy bella además…- y finalmente el conductor, acostumbrado a encender fuegos de artificio que levanten el número de la audiencia, va al hueso, a la episteme que tanto le interesa a los medios – ¿fue usted ultrajada, Doctora? ¿Es esa la razón por la que usted tomó el bastión para luego intervenir en el enjuiciamiento contra los crímenes sexuales contra mujeres en el mundo???-

Emilia queda visiblemente incómoda. No contesta. No por no recordar o no querer contar. No cuenta porque la pregunta es absolutamente fuera de lugar. Para un ser como ella, acostumbrado a la lógica por la lógica misma. Solo levanta la ceja izquierda esboza una sonrisa nerviosa y el conductor, hinchado por el orgullo que le ocasiona poner entre cuerdas a una mujer tan importante, manda a una pausa. –Volvemos en un momento, no se muevan de ahí!-
El aplauso no se hace esperar.

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Ya en su auto. Emilia reflexiona sobre ese mundo tan alejado, tan aparte que es la televisión. En el semáforo, con las manos sobre el volante, descubre el maravilloso fulgor del anillo que le regaló Roberto cuando fue nombrada juez de la corte suprema de justicia de su país, en una íntima ceremonia en el café de siempre, en aquella mesa donde posaron los primeros libros de derecho cuando empezaban, y donde Emilia descubrió que el centelleo del anillo era similar a la luminosidad de los ojos de su amigo al mirarla. Roberto, su amigo eterno, su compañero de universidad, su eterno admirador, quien no necesitó casarse con ella para acompañarla en todos estos años de logros intelectuales, académicos, personales. Emilia es sacada de su elucubración por un bocinazo de otro automovilista.

A sus sesenta y ocho años, todavía hay cosas que le resultan difíciles, pero difícil para Emilia nunca ha sido imposible, es evidente.

Al llegar a casa, la televisión vocifera el último hallazgo para adelgazar sin esfuerzo. Doña Aurelia, su madre, no tarda en levantar su veredicto ante la aparición de Emilia en televisión. –¡Siempre te digo que te pongas aros para salir en televisión, lo mismo hiciste cuando te nombraron juez! Siempre haces lo mismo, con lo que me costaron esos aros, Emilia!-

El anillo resplandece con el reflejo del televisor. Emilia deja las bolsas del supermercado sobre la mesa del comedor.-