lunes, 20 de enero de 2014

TARDE MISTICA (cuento de EL CURA Y LA SUCIA)



Tarde mística



A Eduardo Mango


Todo lo que tenía que hacer era armar la carpa afuera de la Maternidad, meterme y esperar a las embarazadas que salían del recinto.
Hay un hombre aquí afuera en una hermosa carpa con forma de útero. Él obtiene online la foto de la ecografía 4D de su bebé, es una linda idea comprar el llavero con su carita para que los acompañe hasta verlo al nacer recitaba Inés finalizan- do cada visita. Un verdadero genio, nadie lo hubiese vendido mejor. Y yo afuera, con las pupilas dilatadas de falsa ternura para que por fin se lleven uno, dos o tres.

Fue insostenible la cantidad de embarazadas solitarias y el negocio cayó en picada. Al Euclid me subí a mitad de ese año. Nunca antes había manejado un camión de esas dimensiones. Con una mezcla de miedo y excitación manejé esa bestia de tonelaje proporcional a mi inconciencia. Eduardo me contó varias veces el susto que pasó cuando se paró sobre una pie- dra a observar el paisaje y la piedra terminó siendo una oveja muerta sobre la que se hundió llenándose de sangre podrida. La oveja que parla, la había bautizado y nos reíamos siem- pre de la siniestra broma. Tropezamos siempre con la misma piedra; bromeó antes de caer por el conducto de hormigón armado. No creo que alcancemos a llegar a cota segura en el pueblo si a Eduardo se le ocurre abrir paso a la grieta en la represa. Que sus huesos cedieran sería una broma macabra, fiel a su estilo.

Las grandes dimensiones del Euclid y la ignorancia que tuve sobre él durante cuatro años me protegieron de su poder. Nunca supe si atropellé a alguien cuando estacionaba en reversa para descargar la roca. Mi única desaparición se cierra en el recuerdo de Eduardo. El resto era todo divertido. Como esa vez que decidimos hacer una carrera de vehículos disfrazados de animales. Qué increíblemente interesante es la tolerancia de una gran empresa intentando mantener contentos a sus em- pleados. El mejor fue el jeep Ika disfrazado de chinche del molle. No habremos sido más de nueve y yo me lucí con mi Euclid mamut diseñado por Yoshimitsu. Él sigue escondido del gobierno japonés cultivando flores dentro de las turbinas que se robó.

La magnificencia vuelve loca a la gente. Ingenieros elevadísimos jugando como niños entre las piedras, ascetas de pelo largo sumidos en cálculos matemáticos, hindúes ebrios hasta la madrugada soportando el frío austral como sus tripas jamás lo imaginaron.
Yo pinté botellas para que se llevaran los que se volvieran a sus lugares de origen. Me fueron devueltas varias por correo, con notas náufragas de compañeros que no querían ser encontrados. El juicio a Naroto Sokohisi por dejar acéfala la presidencia de Mitsubishi Motors nos trajo algunos miembros de la Yakuza para encontrarlo, ellos tampoco se quisieron volver a su lu- gar. Hiro Yoshimitsu es el único que todavía se excusa por Internet diciendo que el aceite de las viejas turbinas le ha per- mitido cultivar la única flor Set ––Gun ––To en el mundo, de un color que solo el florista Miu lograba para la emperatriz Naíto en el siglo lll, que por supuesto el aire de la Patagonia permitió crecer como corresponde y que esto le permite ser inmensamente feliz. Envolviéndose en cierta  espiritualidad patriótica la gente suele justificar su lejanía.

Algunos partieron con su mochila hacia el bosque. Zapatos Ferragamo y carísimas corbatas Ted Lapidus solían flotar re- veladoras en los brazos de los lagos hasta mediados de los años  ochenta. Mujeres provenientes de diferentes destinos buscaron a estos insospechados eremitas. Muchos acreedores también. Pero eso de ser tragado por la libertad es corriente aquí. Yo nunca quise hacerme a esa vida, más bien extrañaba la carpa afuera de la Maternidad y las reuniones con Inés para repartirnos el dinero de los llaveritos.

El Euclid me abandonó dos meses y el Terex tenía menos po- tencia aunque soportaba más carga. Cuando volví al Euclid me  regocijé en sus frenos a contrapedal (como creí que se llamaban durante tanto tiempo).
Artasu Imo ha expuesto sus muebles en la galería Oruki en el centro de Nara, si supieran que yo mismo le ayudé a cortar las cuatro pulgadas y media de acero de las cajas de los camiones Wabco para confeccionar mesas y bibliotecas. Creo que me correspondería algo de los setecientos mil dólares que le pa- garon por el mobiliario para bebé que diseñó con las fotos que a me sobraron. Pero todos ellos no han hecho más que huir. Será porque lo único que no es piedra en este gran paredón es cemento y lo que no es cemento, es Eduardo atajando cuatro mil metros cúbicos de agua todos los días desde hace treinta y seis años.
Esta casa frente a la grieta es realmente excepcional. Quien lo diría, Jean Michel Jarré, Hillary Clinton y Noam Chomsky meando en un inodoro tallado por mí.

En estos años encontré infinidad de ovejas que parlan rese- cas, sepultadas bajo la ceniza del volcán. Hice el camino que el Euclid con su gran tracción y yo decidimos en el bosque. Inés y Florencia bordaron con azurita y malaquita cortinas y alfombras para nuestra casa.
No puedo creer cómo la gente se ha ido al pueblo dejando huérfanos los salientes huesos de hierro de lo que fueron las lujosas instalaciones de la empresa constructora. Cómo han huido todos de este paraíso de piedra, potencia, muerte y agua. No lo perdono, eso que no lo perdono. Y mucho menos a los hijos del sol naciente que desde hace tanto me observan desde la montaña, a salvo, con los ojos agrandados de olvidar, ahogados de bosque mientras la grieta que parla sigue ahí.
Es solo cuestión de tomar el antiguo mojón de hierro y dirigirme hacia ella.