jueves, 30 de abril de 2009

Quiero Ser Agua



Este cuento pertenece a los 17 simples cuentos que forman parte del proyecto que edité anteriormente, en el año 2006, y antecede a los que en estos momentos escribo, para editar otro libro de narrativa entrado el 2010.

Llueve copiosamente sobre Santiago, miro hacia la calle y solo veo gente que corre y se apresura para no mojarse, como si la lluvia los oxidara, como si el agüita fuese un destino húmedo y caprichoso del que quieren escapar. Finalmente nunca entendí la necia actitud de intentar huir, de la lluvia y del destino. Quiero ser agua.


Miro el reloj de pared, falta media hora. Media hora para salir a almorzar, para que Ignacio y Cristina se vayan a desatar su pasión por ahí, para que pase el último cliente a pagar su factura, para que yo por fin pueda agarrar mi piloto, y para que me deshaga de Guillermo y su eterna invitación a almorzar verduras. Media hora y daré mi sorpresa a la gente que transita el centro, media hora y seré el primer hombre que es agua. Acabaré con la perpetuidad, con la repetición asfixiante de todos los días que son tan iguales, viajaré por las alcantarillas, tomaré la forma de caños, de arroyos, de charcos, seré de mil formas distintas. Tal vez me eleve y vuelva a caer. Como cae el agua ahora.

-¡Oiga, oiga, cajero! ¿Cobra o no cobra? ¡Por favor...!
-Uh, sí señora, disculpe, le cobro...
La una, la una, la una, que sea ya la una. Qué sensación extraña, hoy no me revuelve el estómago el olor a Mary Stuart en exceso de la mujer que viene a pagar, hoy no me resulta tan invasivo su olor ni su mano metiéndose a través de la abertura en el vidrio, ese hoyo circular perfecto y mezquino que me comunica con el mundo, como una ínfima ventana donde todos se esfuerzan por poner su cara para decirme que les cobre de una vez. Si todos supieran... ahora entiendo mejor que nadie el sentido de la satisfacción oculta.


Yo. Yo todos los días. TODOS LOS DIAS, con la infinitud de repetir “TO-DOS-LOS-DÍ-AS”, constatando que se me hace aplastante esa frase, y que me encontraré en unos años con un pesado recuerdo conteniendo la nada de TODOS LOS DÍAS hasta ahí.
-Cabrera, Cabrera, ¿querés almorzar conmigo? Deberías hacer dieta un poquito eh, así nunca vas a conseguir novia, vos... Vamos Cabrera, vamos al restorán naturista.
-No gracias, Guillermo, tengo un compromiso, mañana te acompaño.
-¡Cabreraaaa...!
Me deshago de Guillermo y de su pálida convicción de que comiendo verduritas le va mejor, cuando en realidad ese menú de “vida natural” que tanto lo obsesiona es un placebo de plástico y más plástico disfrazado con total naturalidad. Si supiera, si pudiera ver, si por lo menos le picara el tedio, le molestara un poco. Pero no.


Salgo a la calle, y ahí vamos los dos: mi gloria secreta y yo, aplastando a TODOS LOS DÍAS que me agobian. Camino sintiendo el placer del agua tibiecita que me moja la cara, que descubre mis rasgos. La solitaria llave de la terraza juguetea en mi bolsillo, la aprisiono y se humedece con el sudor nervioso de mi mano. Empiezo a ser agua, finalmente.

Entro al edificio, tomo el ascensor y voy dejando pasajeros en el camino. Llego solitario al último piso y trepo rápidamente los escalones hasta la azotea, abro con la llave que me dio el conserje y salgo a la terraza, donde me espera el pendón de lona que mandé a hacer a la imprenta, (me costó casi un cuarto de mi magro sueldo de cajero); el cartel que gracias a una jugosa propina al conserje, días atrás dejé escondido en esta terraza de edificio de oficinas en pleno centro que ya nadie visita.

El agua me golpea furiosa, me apura. Llevo el pendón hasta el pequeño muro que da a la calle, lo aseguro bien con clavos y lanzo el rollo y... ahhh, ¡que maravilla! se despliegan los 50 metros de pendón y tapan todo el frente del edificio:

AGUA... AGUA... AGUA....
AGUA... AGUA...
SOY AGUA


Se despliega la sorpresa de todos los transeúntes, estrujo mi gloria secreta, levanto los brazos, triunfal, festejo mi valentía solitario sentándome en la pequeña pared que sostiene el pendón, dejo mis pies colgando, todos quedan atónitos al leer mi cartel.

En dos segundos empiezo a oír las rasgaduras de trincheta en el pendón, provenientes de las ventanas del edificio que osé tapar, aparecen medianamente sincronizadas a pocos metros de mí y, como en una barata obra de teatro, varias corbatas que vuelan el viento, y las caritas que se sacuden hacia los costados, hacía arriba y hacia abajo buscando al responsable. Y cuando me ven, como en una estudiada coreografía, aparecen desde el edificio más caras y con ellas miles de especulaciones en cuanto a mi salud mental y mi destino inmediato.


Allá abajo en la calle algunos se detienen, hay muchos “ohh” y algunos aplausos. Otros no, siguen de largo, continúan, ya es tarde para ellos, siguen protegiéndose sin poder detenerse por un momento en medio de la lluvia a leer mi apología. Diviso a Guillermo (mi compañero, el que calcula las calorías del asado del domingo) entre la gente que se amontona a observarme. Guillermo que se desespera, que me hace señas, que mueve los brazos, que grita algo que no oigo desde aquí, hasta ensaya un protagonismo ridículo ante la multitud, diciendo que me conoce, que sabe quien soy. Sacudo mis piernas como si estuviera en una hamaca de plaza, las chicas tapan sus ojos ante cada movimiento de mis piernas, como anticipando una caída. Y con acostumbrado disimulo, a unos metros de Ignacio, Cristina. Allá Cristina, mirándome.

Repasando en su mente las miradas mudas que nos dimos hasta aquí en estos dos años que llevamos trabajando juntos, masticando finamente en su cabeza la culpa por lo que no fue entre nosotros, por lo que sí es con Ignacio todos los mediodías. Cristina mirándome.Y desde aquí yo solo sueño mi vuelo, sueño que me derramo, que me convierto por fin en agua, que goteo definitivamente mi persona a través de los doce pisos, que por fin me escurro de TODOS LOS DÍAS hasta aquí. Yo por fin, siendo agua.

viernes, 24 de abril de 2009

Hombre de Campo

(A mi papá que atraviesa el bosque)


Ser el frío viento del valle
rasgarte el rostro.

Encantarte
siendo el ave patagónica
que desde la altura te custodia.

Ser el pedregal
que mudo te observa.

Ser nieve del Nahuel Pan
provocarte íntimo invierno.

Como las primeras luces de nuestro pueblo
encenderme al verte volver.

Envolverte la piel
siendo el tenue ámbar del final del día.

El camino terroso tu
el humilde arroyo sinuoso yo.

La noche.

El sutil barro.
Por fin.




viernes, 10 de abril de 2009

Consejos


A la sombra de un árbol sin hojas

y a la luz de un farol apagado


un ciego leía

y un sordo escuchaba


los sabios consejos

que un mudo le daba.

martes, 7 de abril de 2009

El del Otro Lado



Miro al del otro lado como si fuese la primera vez que lo veo,
descubro su miopía y su fino silbido nasal al inspirar.

Focalizo su incipiente calvicie, lo compadezco y prosigo mi inspección.
Me detengo en sus uñas carcomidas
y en su piel seca y ajada de tantas afeitadas matinales.

Me concentro en oír su tecleo en la computadora,
como un repiqueteo incesante y somnífero,
que le da sonido a su habitual mudez
(confieso que jamás he oído su voz).

Trato de disimular que lo miro,
y comienzo un diálogo inusual de oficina con un tecleo propio.

Retomo mi investigación por su escritorio
y me quedo a su costado derecho
en una foto desdibujada de su familia,
un muñeco sin una piernita, y un calendario dos meses atrasado,
pequeños trofeos de su pobre cotidianidad.

Me sumo en mi tecleo y él en el de él.
No hubo convenio en el diálogo.

Más tarde decido recomenzar mi extraña exploración
pero él ya no está en su escritorio,
pareciera que el pobre ser humano que estaba sentado frente a mí
(¿acaso era yo?)
se deshizo con las horas.