miércoles, 1 de septiembre de 2010

Paraje Las Arañas (cuento)


Por favor, sea breve, dijo la científica que ya no daba más de calor en esa zona perdida de la meseta patagónica. Mara le apretó el brazo a su padre, trató así de convencerlo. No soportaba ya que siguiera hablando locuras. Sin obtener resultado alguno, la niña optó por desautorizar el relato clavándole la mirada a la joven que la ignoró decididamente.

El padre de Mara, exasperado, pretendía convencer a la científica de que eso que había traído, y que estaba ahora sobre el escritorio, era, efectivamente, una mano de alguien, que por magia de la machi* se había convertido en una araña y que había paseado por el pueblo, aterradora y mortífera, hasta que él la había encontrado en el campo.

El rebote de miradas era de una tensión tal que los tres se olvidaron, por varios segundos, del calor agobiante que insertaba más rareza en ese lugar, y en esa época del año, y que por momentos había servido de argumento para que el padre avanzara en sus explicaciones del caso de la mano- araña.

Mara no soportó más, ni el relato del padre, ni el calor, ni la soberbia de la científica y se fue a su casa, levantando tierra, como se hace cuando uno está enojado y no tiene con quien pelear.

A lo lejos, la suave brisa traía la voz del padre de Mara, que insistía e insistía. Hasta que el viento cambió su sentido y se ahogaron las declaraciones, y también la vergüenza de Mara, que ya iba llegando a la humilde casa.

La adolescente se tiró en la cama, como había visto que hacían las chicas de la ciudad en la novela de la tarde. Una ráfaga abrió la ventana y pudo leer el cartel de bienvenida del lugar: BIENVENIDO AL PARAJE LAS ARAÑAS. Ofuscada se levantó, cerró la ventana y se volvió a acostar.
–Qué arañas ni arañas… este papá también…! si sabe bien que no tiene que tomar vino… ahora todos se van a enterar de las locuras que anda diciendo de la mano de muerto esa…-

La machi* caminaba lento allá, en la meseta, buscando hierbas para sus conjuros. Iba con el perro negro, güilo, que siempre la acompañaba.

Mara renegaba y soñaba con llorar sonándose los mocos en pañuelos de seda, de marca con números, como en la novela de güenosaire.

La mano derecha de la chismosa del pueblo, comenzaba a paralizarse.

*Machi: bruja


(Paraje Las Arañas es un cuento mío, inédito hasta ahora)