martes, 14 de junio de 2016

HUEVOS, AGUA , NIÑO , SAN CONO (cuento, del libro El Cura y la Sucia)


                                  



Sigue resultándome nemotécnico el significado de los números. Siempre descubro alguna tarea por realizar o alguna premonición cuando menciono alguna cosa y me viene el número a la mente. Llego al absurdo pero nunca falla. La relación sueños ––números ––lotería es un sino para mi vida. Tanto que lo perdí todo, por eso quité del sino el último ítem.
Más a la fuerza que un marido yendo a la iglesia un domingo pero lo tuve que obviar. Soy un satélite alrededor de esta galaxia de coincidencias y así sobrevivo. Por ejemplo ahora en el supermercado: huevos, cero, cero huevos.
¡Me gusta verte volver con la canasta como una caperucita sobrealimentada! solía decirme Geremis antes de lanzar la carcajada sofocada con el repasador. Los pardos son mejores porque son más de la tierra, con esa yema naranja fuerte de libertad gallinácea alimentada a pasto, y la clara lista para merengue de sábado a la tarde.
Al merengue no hay que tocarlo con metal, tampoco batirlo con manía, es todo suave con el merengue. De esos días me quedó la cuchara de madera disfrazada de negrita candombera que hizo Viviana en tercer grado.

Pagar 01. Agua. Otra vez con el tema de medidores en este pueblo. Estamos rodeados de agua pero siempre la cooperativa  llena de tipos con traje y corbata con esmerado olor a dudosa superioridad sostenida en algún origen capitalino, hablando difícil, vareándose con títulos universitarios, y amenazándonos con instalar medidores. Al final terminamos con el riego por goteo, nos falta el camello, el camisón y una toalla en la cabeza y ya estamos en el desierto, que loca la vida. Ya agosto, como pasa de rápido el año. Se viene el día del niño, cero dos: niño, ya me imagino la cara de mi cuñada ante el re- galo para Joaquín. Este volvió a jugar…a tu hermano no se le terminan nunca los vicios, mira el autito con pilas coreanas
que le trajo al chico, algún día lo va a intoxicar.
Y mi hermano: bueno, por lo menos es mejor que la marioneta de Condorito de cartón que le regaló el año pasado, no empieces Nazaria.
No se conforman con nada, el regalo del tío es el regalo del tío, el chico lo sabe. Para lo que le dura. Después viene la abuela con medias y una camiseta y nadie dice nada.

Este verano esta terrible de caluroso, ya ni al ajedrez en el parque se puede. Cero tres: San Cono. Estoy tan encadena- do a la santísima tabla de números, qué increíble. San Cono, cono. Cono de helado, ahí está. ¿Cómo será San Cono? No sé cómo no se les ha ocurrido ponerle a la heladería el nombre de San Cono, yo hubiera hecho eso. Un buen cartel con un viejo con un bonete y para qué más, si a la gente le gusta cada cosa…pero no, todos le ponen nombres que terminan en S. Yiyos, Munchis, Paquitos bar, dejémonos de embromar. Acepto hasta los nombres combinando familiares, como kiosco Moni ––Pam, o zapatería Gusti ––Yan, pero esa pretensión del apóstrofe y la S me fastidia. El centro esta lleno de excentricidades pasadas a normalidad. Las chicas de  las  tiendas,
¿cuando fue la última vez que comieron un guiso? Vaya Dios a saber, flacas, dientudas, y a eso llaman belleza. Menos mal que mi Vivi se mueve en otro ambiente.

Qué soledad en esta casa. Y los chinos con la música a todo volumen. Son muy para adentro estos chinos. Por más que intente hablarles no pasamos de buenos días y la tibia reverencia. Son máquinas de producir, viven en su mundo de dragones y rojo furioso. Qué susto el otro día cuando vi el dragón gigante, y abajo un chino de flequillo con dos palitos moviéndolo al ritmo de una cumbia. Qué manera de magnificar estos chinos. Pero sirve para filosofar, porque yo empecé a creer que los problemas son eso: un dragón enorme de papel que es en realidad una marioneta manejada por cuatro chinos con flequillo. Esta gente es literal: no me gusta, no te hablo. Tu mueblería me molesta, te la incendio. Y no tienen sentido del humor para nada. Naturalmente desconfiados. Adaptables hasta donde les conviene. No se mezclan, no comparten. No me gustan. Cero cuatro: la cama. Me voy a dormir.



Papá, ¿cómo estas? Me fue perfecto en el final, ahora Santi y yo nos vamos a Cruz del Eje y necesito un favor…
––Ya sé: el cero cinco.
–– Ay papá, siempre con tus claves…
––Que te cuide el gato por unos días, Vivi.
––Si! ¿Como supiste?
––Plata no me vas a pedir, hija, me imaginé que era que de cuide el gato
––Si, ja, a Marras lo llevamos pero el gato es tan independiente, ¿te lo paso a dejar?
––Bueno, golpea fuerte, voy a intentar dormir la siesta, los chinos no me dejaron dormir, se les ha dado por poner la música muy alta, me tienen harto.
––Bueno por lo menos se están argentinizando un poco.
––Si pero podrían empezar por tomar mate o comprarse unas boleadoras de adorno en vez de poner la cumbia a todo volumen … pasa cuando quieras, acá voy a estar.

Me gusta que Vivi le haya puesto Marras al cero seis, nos reímos tanto con el chiste cuando Santiago le regalo el perro… podrías ponerle Marras, Vivi, así la gente se ríe cuando decís “¡Suelten a Marras!”. Qué linda época esa. Qué linda. Y yo con mi eterno encadenamiento a la tabla de los sueños. Es tan premonitorio que da miedo. Donde estará Geremis. Última- mente me duele recordarla, tanto como soñar que se me caen los dientes, que es muerte segura, o enfermedad. No quiero soñarla un día y pensar en el cuarenta y siete.


 Estoy empezando a tener miedo.
Huevos, agua, niño, San Cono, la cama, gato, perro. Esta gen- te con esta música que no me deja concentrar.
Y el cero siete: revolver.