Huevos, agua, niño, san cono
Sigue resultándome nemotécnico el significado de los números.
Siempre descubro alguna tarea por realizar o alguna pre- monición cuando menciono alguna cosa
y me viene el núme- ro a la mente. Llego al absurdo
pero nunca falla. La relación sueños ––números ––lotería es un sino para mi vida. Tanto
que lo perdí todo, por eso quité del sino el último ítem.
Más a la fuerza que un marido yendo a la iglesia un domingo
pero lo tuve que obviar. Soy un satélite alrededor de esta galaxia
de coincidencias y así sobrevivo.
Por ejemplo ahora en
el supermercado: huevos, cero, cero huevos.
¡Me gusta verte volver con la canasta
como una caperucita sobrealimentada! solía decirme Geremis antes de lanzar la
carcajada sofocada con el repasador. Los pardos son mejores
porque son más de la tierra, con esa yema naranja fuerte de
libertad gallinácea alimentada a pasto, y la clara
lista para merengue de sábado a la tarde.
Al merengue no hay que tocarlo con metal, tampoco batirlo
con manía, es todo suave con el merengue. De esos días me quedó
la cuchara de madera disfrazada de negrita candombera que hizo Viviana
en tercer grado.
Pagar 01. Agua. Otra vez con el tema de medidores en este
pueblo. Estamos rodeados de agua pero siempre la cooperativa llena
de tipos con traje y corbata con esmerado olor a
dudosa superioridad sostenida en algún origen capitalino, hablando difícil,
vareándose con títulos
universitarios, y amenazándonos con instalar medidores.
Al final terminamos con el riego por goteo, nos falta el camello, el camisón y una toalla en la cabeza y ya estamos en el desierto, que loca la vida. Ya agosto, como pasa de rápido el año. Se viene el día del niño, cero dos: niño, ya me imagino la cara de mi cuñada ante el regalo para Joaquín. Este volvió a jugar…a tu hermano no se le terminan nunca los vicios, mira el autito con pilas coreanas que le trajo al chico, algún día lo va a intoxicar.
Al final terminamos con el riego por goteo, nos falta el camello, el camisón y una toalla en la cabeza y ya estamos en el desierto, que loca la vida. Ya agosto, como pasa de rápido el año. Se viene el día del niño, cero dos: niño, ya me imagino la cara de mi cuñada ante el regalo para Joaquín. Este volvió a jugar…a tu hermano no se le terminan nunca los vicios, mira el autito con pilas coreanas que le trajo al chico, algún día lo va a intoxicar.
Y mi hermano: bueno, por lo menos es mejor que la marioneta de Condorito de cartón que le regaló el año pasado, no empieces Nazaria.
No se conforman con nada, el regalo del tío es el regalo del
tío, el chico lo sabe.
Para lo que le dura.
Después viene la abuela con medias y una camiseta y
nadie dice nada.
Este verano
esta terrible de caluroso, ya ni al ajedrez en el
parque se puede. Cero tres: San Cono. Estoy tan encadenado a
la santísima tabla de números, qué increíble.
San Cono, cono. Cono de helado,
ahí está. ¿Cómo será San Cono? No sé cómo no se les ha ocurrido
ponerle a la heladería el nombre de San Cono, yo hubiera hecho eso. Un buen cartel con
un viejo con un bonete y para qué más, si a la gente le gusta cada
cosa…pero no, todos
le ponen nombres
que terminan en S. Yiyo’s, Munchi’s, Paquito’s bar, dejémonos
de embromar. Acepto
hasta los nombres
combinando familiares, como kiosco Moni ––Pam, o zapatería Gusti ––Yan,
pero esa pretensión del apóstrofe y la S me fastidia. El centro esta lleno de excen-
tricidades pasadas a normalidad. Las chicas de las tiendas,
¿cuando fue la última vez que comieron un guiso? Vaya
Dios a saber, flacas, dientudas, y a eso llaman belleza.
Menos mal que mi Vivi
se mueve en otro ambiente.
Qué soledad en esta casa. Y los chinos con la música a todo
volumen. Son muy para adentro
estos chinos. Por más que intente hablarles no pasamos
de buenos días y la tibia reverencia. Son máquinas de producir, viven en su mundo de dragones y rojo furioso.
Qué susto el otro día cuando vi el
dragón gigante, y abajo un chino de flequillo con dos palitos moviéndolo al ritmo de una cumbia.
Qué manera de magnificar estos chinos. Pero sirve para filosofar, porque
yo empecé a creer
que los problemas son eso: un dragón enorme
de papel que es en realidad una marioneta
manejada por cuatro chinos
con flequillo. Esta gente es literal: no me gusta, no te hablo.
Tu
mueblería me molesta,
te la incendio. Y no tienen sentido del humor para nada. Naturalmente desconfiados. Adaptables hasta donde les conviene.
No se mezclan, no comparten. No me gustan. Cero cuatro: la cama. Me voy a dormir.
Papá, ¿cómo estas? Me fue perfecto
en el final, ahora Santi
y yo nos vamos a Cruz del Eje y necesito un favor…
––Ya sé: el cero cinco.
–– Ay papá, siempre con tus claves…
––Que te cuide el gato por unos días, Vivi.
––Si! ¿Como supiste?
––Plata no me vas a pedir, hija, me imaginé que era que de cuide el gato
––Si, ja, a Marras lo llevamos
pero el gato es tan indepen-
diente, ¿te lo paso a dejar?
––Bueno, golpea
fuerte, voy a intentar dormir
la siesta, los chinos no me dejaron
dormir, se les ha dado por poner la música muy alta, me tienen harto.
––Bueno por lo menos se están argentinizando un poco.
––Si pero podrían empezar por tomar mate o comprarse unas boleadoras de adorno en vez de poner la cumbia a todo volumen … pasa cuando quieras, acá voy a
estar.
Me gusta que Vivi le haya puesto Marras al cero seis, nos reí- mos tanto con el chiste cuando Santiago le regalo el perro… podrías ponerle Marras, Vivi, así la gente
se ríe cuando decís
“¡Suelten a Marras!”. Qué linda época esa. Qué linda. Y yo con mi eterno encadenamiento a la tabla de los sueños. Es tan
premonitorio que da miedo. Donde estará Geremis.
Última- mente me duele recordarla, tanto como soñar que se me caen los
dientes, que es muerte segura,
o enfermedad. No quiero
soñarla un día y pensar en el cuarenta y siete.
Estoy empezando a tener miedo.
Huevos, agua, niño, San Cono, la cama, gato,
perro. Esta gente con esta música que no me deja
concentrar.
Y el
cero siete: revolver.