FALTAN PERROS (cuento)
Conocí a Josiane en un viaje. Iba a Liberia a buscar una mariposa de la que le habían dado el
dato. Había hablado
de su colección el día que fue a comprar un pasaje a
Abu Dhabi y le contó al dueño de la agencia que solo iba para estar cinco días
en la feria de Al Maktoum mirando artesanías; el sujeto
vio el brillo en sus ojos y le contó
la historia de una mariposa exótica en Liberia. Un artilugio para venderle un viaje que Josiane compró.
Creo que si Plinio y Delgino tuvieran
mujeres físicamente llamativas o hijos graduándose en el
extranjero, no estarían tan orgullosos como con este tema de la cría de perros de raza. A
Plinio le falta un pedazo de tibia de una pierna y parte del peroné de la otra. Me paro en el portón de entrada de su casa y lo veo venir hacia
mí mientras intento
notar las prótesis
que lo sostienen.
Suelo ver en su hermano
Delgino, una solapada
agresividad. Si le comentara
esto a Sigrid me mataría.
Ella ve un especial hálito de dulzura en sus ojos claros; yo más bien lo asocio a
perros agresivos.
En su intento de sofocar carencias
la gente se aferra a lo que puede, como Josiane buscando esa
mariposa en Liberia. Cuando llevo a Marte al adiestramiento suelo quedarme conversando
con Delgino. Tengo la
impresión de que desliza conceptos oblicuos con el único fin de educarme en temas raciales.
No
sé si es mi impresión o hay algo de cierto en eso. Esto no se lo diría a Sigrid, ella vive en un mundo de comodidad
imperturbable. No mueve nada de lo que la circunda, mucho menos
hace
planteos sobre la gente ni esboza hipótesis psicológicas
sobre los vecinos y adiestradores de nuestro adorado Marte.
He observado la violencia que despiertan Plinio
y Delgino en los perros, no en el mío precisamente, a Marte lo tenemos hecho un tonto. Reconozco que volcamos en Marte nuestro deseo de ser padres y a su vez la cobardía de no concretarlo. Hay una duda que sobrevuela nuestra
pareja y que nos impide concretar la paternidad. Sigrid me petrifica
con tanta displicencia ante la vida, entonces nos dedicamos tácitamente a lo malcriar al perro, borrando
la disciplina y educación por la
que le pagamos una buena suma a los hermanos
Plinio y Delgino
Calva Holdich. Sigrid los admira de un modo urticante, ha llegado a traerle
de nuestra casa de decoración material muy valioso para sus trajes
de adiestramiento. Elementos que he visto destruidos en muy poco tiempo por la ferocidad
de algunos perros que Plinio y Delgino adiestran. Le dije a Sigrid
que es tirar material regalárselo a los Calva, pero ella no me hace el más mínimo caso.
Le comenté esto a Fulvio, él hizo
una lectura más fina sobre los conceptos que develé
de las conversaciones con el adiestrador. En particular de las nociones sobre raza que el sujeto
intenta trasladarme. Le conté también a Fulvio la especial predilección sobre perros peligrosos. Los pitbull, dogos,
mastines napolitanos, doberman, pastores alemanes y tosa inu, son los perros
que más interés tienen en adiestrar. Plinio y Delgino
son los más valorados criadores
de rottweiler, y eso lo sostienen con las impecables
distinciones que conservan en su oficina de recepción. Plaquetas distintivas como miembros de agrupaciones caninas
dan pauta de la
fruición con que se manejan
los hermanos Calva
Holdich para con la cría y
adiestramiento de perros de raza.
Percibí una vez el secreto
desprecio que sienten
sobre los perros considerados menores. Una señora se acercó
con un bóxer para ser adiestrado y Delgino no hizo más que decir una
frase descartando al perrito en
cuestión. No adiestramos aquí este tipo
de animal,
este es un perro básicamente de compañía,
dijo de cuclillas
mientras lo miraba evitando tocarlo, como si se tratara
de un experimento mortal acariciar al perro que lo miraba con un aire melancólico. Es un lindo perro pero carece de temperamento. No tiene resistencia al dolor, tampoco tiene la robustez física necesaria. Al decir
esto comprendí la rápida y contundente lección que Delgino estaba dándonos
sobre sus preferencias raciales. La mujer evidentemente frus- trada partió
con el perrito que por curiosidad intentó
acercarse a la jaula con cinco rottweiler en adiestramiento, a lo que los
perros respondieron con una ardiente
agresividad que Delgino no intentó sofocar.
Luego se dirigió a mí con una
mirada ineludible color celeste ario. Ese perro no tiene impulso
de presa. A Plinio,
y a mi especialmente,
nos interesan los perros de carácter impetuoso, ardientes, y sobre todo racialmente irreprochables. Faltan, no hay caso. Faltan perros ––dijo.
Sigrid no hizo más que sonreír arrobada
ante la mirada
de Delgino. Me dolió perderla. Mi mujer era simple carroña
en la boca del perro de presa. Delgino la desintegraba ante mis ojos. Lo odié. Me vi forzado a disimular
mi conducta desesperada y agónica.
Los perros salvajes se movilizan y conviven en manadas, en la manada
existe un perro alfa macho y una alfa hembra,
ellos son los únicos que pueden procrear.
Plinio y yo roímos la cena y los celos en perfecta
comunión. Me gustó mucho
rozar con mi pie desnudo
sus piernas e inten-
tar sacarme la duda protésica. Nos asumimos a una conducta homo erótica por venganza mientras
hablábamos sobre los materiales que ellos usaban para la
defensa y que los rottweiler despedazaban con tanta facilidad.
Sigrid jugaba con su collar y Delgino sonreía satisfecho. Yo me derramaba
incrédulo y Plinio intentaba evitar la dolorosa y femenina desazón que lo embargaba.
Hablamos de la furia de los perros.
De ferocidad. De sangre,
de mordidas fatales. Plinio me contó que había sido atacado
por perros
peligrosos y que encontraba un cierto placer
en sentir el aliento del perro
cerca de su piel cuando
había pasado la frontera de destruir el traje de defensa en adiestramiento.
Porque eran perros que ellos entrenaban para eso. Mordían hasta matar si era necesario. Deduje que olfateaba
ese morbo que siento por el tema con sus piernas,
y me contó que entregó, casi feliz, su tibia y su peroné.
Me comentó que habían
pensado en tener una reserva
de otros animales
vivos para que sirviesen de blanco de persecución y muerte de sus rottweiler en entrenamiento. Esa idea fue solo una forma
auxiliar de supurar la rabia. Yo pensé
cosas peores en ese mismo
momento. Le confesé que fantaseo con que en su casa tienen las partes
de las piernas de Plinio dentro de una caja de cristal bajo una luz dicroica y ambos las adoran mientras
escuchan un CD con
ladridos de perro.
Hablamos también
de los perros importantes de la Historia. Yo hice una gala
absurda de la erudición de
fin
de semana que había logrado gracias a mi excelente memoria y quince años de conversaciones con Fulvio, mi amigo profesor de historia. Le
conté sobre el viaje de la ingenua Josiane buscando en él una
complicidad que no encontré.
Plinio también hubiese viajado
al
fin del mundo buscando, en este caso, un perro imaginario.
Sigrid solo se regodeaba con los comentarios picantes
que Delgino le hacía suponiendo mi falta de atención. Pude determinarlo
todo observando a Delgino y sus músculos
fuertes, su mandíbula grande
y su boca profunda.
A los perros peligrosos no hay que mirarlos, solo hay que bajar la cabeza y evitar
el contacto visual.
Lo mejor es quedarse
quieto contra una pared. A lo sumo te orinará.
Pasaron treinta y cinco años desde aquella vez que un perro hizo exactamente eso conmigo.
Me imaginé
lamiendo con deseo (y hasta con loco amor) las prótesis de Plinio, recorriendo con una caricia
hipócrita un pedazo de silicona, titanio,
acero o lo que fuese que conformara sus segmentos fantasmas.
Luego de tres horas se acabaron las competiciones, los criaderos, las asociaciones, las agrupaciones dedicadas a los perros
de raza y la innumerable lista de logros
de los hermanos Calva
Holdich en el universo canino. Ya teníamos suficiente.
Los cuatro.
Plinio dio por perdida una batalla que para mí era la primera.
No hizo más que mirarme con un aire de resignación antes de irse.
Nunca ha habido nada más sereno que una buena justificación.