PASO ALTO DISCRIMINATORIA,
un pueblo muy particular
(cuento de El Cura y la Sucia)
A las armas las carga el diablo y las descarga el General
Pettulini dijo y cerró la puerta que reverberó infartante. Murió dos meses después y lo enterraron en la plaza, bajo los pliegues de la gran oruga del tanque
para sofocar todo atrevimiento de venganza.
El busto de bronce de María Discriminatoria quedó en su lugar y
las flores continuaron su reinado de plástico al pie. Los zapatos delatan decía el General, que tenía obsesión
por los pies y la muerte ajena. Fue entonces que se llenó de charoles de variados colores que festejaban
la partida de Él.
Como si el pueblo entero necesitara
emanar algo, comenzaron a tirar piedras por sobre los muros de acero que el General había
levantado. Lo peor fue cuando algunos globos de cumpleaños
quedaron atrapados en el cañón de salida de dos metros de alto
por
dos metros de ancho y doscientos
metros de largo, esculpido magistralmente diez años atrás por el catamarqueño Insúa.
Para ser más preciso, el pueblo había sido tapiado
con una gigantesca coraza
de acero imitando
un tanque de guerra. Las proporciones del cercado eran descomunales: cuatro kilómetros de largo por dos de ancho, y al frente,
el cañón de entrada y salida que le comento. Y todos nosotros, los ciento
veintiséis habitantes de Paso Alto Discriminatoria, viviendo adentro de este fuerte de
enormes dimensiones.
El General Pettulini
y su esposa María Discriminatoria Sumario, habían reinado
juntos hasta la muerte de Ella, como le
gustaba nombrarla en su ausencia.
Y eso era más marcado cuando exhortaba con la mirada a cada habitante del pueblo a limpiar en el alma el íntimo cuadrito con el recuerdo
de Ella, como un homenaje privado.
Dicen que el General no pudo recuperarse y comenzó la construcción del faraónico mausoleo y del techo de nuestra aldea.
El General insistía en dar por entendido que estos gastos eran
un honor que la gente quería rendirle
a su amada esposa, y nadie se había atrevido a desmentirlo ni
después de muerto. De las ferias de botines
saldría el dinero para el acero que formaría
el techo que cerraría el tanque ––pueblo.
Los demagogos, chupamedias y
empleados del municipio sostenían en su presencia y negaban en su ausencia. Hasta que el viejo murió. A
partir de ahí negaron, negaron y negaron empapados por el sudor de la
culpa y mal oliendo a mediocridad.
Antes de perderse definitivamente en el desierto, Sandrito Tapia
dijo que el General y María Discriminatoria habían tenido un
hijo con ojos de cristal que denotaban demasiada empatía, que por eso
se lo habían entregado a un libanés
que había pasado vendiendo
borceguíes en todos los números
y colores (había solo del treinta
y seis al treinta y ocho, y solo marrones y negros, para qué la vamos a
hacer más grande).
Se dijo que el libanés
se había ido de madrugada con este bebé a través del cañón hacia el desierto
y que él, Sandrito, se haría
mujer y madre para
recuperar a este líder desconocido para nosotros.
Sandrito siempre macaneaba pero
esta vez le creímos cuando decidido ajustó su peluca pelirroja
y se echó a caminar por el cañón
de salida con una fotito del recién nacido que él decía, se llamaba Fantín y ya tendría como
veinticinco años.
Volvió varias veces trayendo datos pero nada en firme para comenzar el busto del heredero. Sandrito
regresó para que- darse, se puso un puesto de sandalias de segunda mano en la plaza
y desplegó el cartel parafraseando al General: a las sandalias las hace Ricky Sarkany y te
las vende Sandrito Tapia.
Ante la acefalía, las coreografías de los bailes de egresados comenzaron a hacerse sospechosamente dentro del cañón. No era raro ver a tres o cuatro chicos intentando bailar a los saltos, dándose la cabeza
contra la parte
de arriba, pero entendimos que la adrenalina adolescente tiene ribetes
tan in- justificables como entretenidos. Todo indicaba
que la gente se amigaba con el cañón como denunciando tácitamente las ganas de
escapar de Paso Alto Discriminatoria.
Durante los cuarenta
años del pueblo nadie se había puesto zapatos de colores, ni había bailado, ni inflado
globos. Ahora todo eso sucedía de repente. Entre coreografía y coreografía
la gente se dio cuenta de que bailando a través del cañón podía
huir. Y fue Marta Sosa la primera en tomar la responsabilidad, y lo hizo con el aerobic para jubilados
que daba lunes, miércoles y viernes
de seis a ocho, se fugaron catorce
viejitos a través del cañón. Fueron
ocho maestras jardineras las prófugas con el curso
de salsa de Mario Candomblé y seis censistas lo intentaron, pero con las vueltas
que les enseñaron en tango no les
quedó otra que volver.
Sandrito Tapia insistió en ser mujer
y madre y huyó a medio oriente con el grupo de danzas árabes. Hace doce días envió
una foto de un joven que él jura es el hijo del General
Pettulini y María Discriminatoria Sumario.
Fantín tiene veinticinco años, mide un metro noventa,
es falangista en el Líbano
(esos raros árabes
cristianos) y jamás mató a nadie. Es traumatólogo especialista en pies. Por eso no dudamos de su filiación.