lunes, 23 de octubre de 2023


 




DE MI PRÓXIMO LIBRO "LOS NUEVE NUDOS DEL DIABLO" 


ALAZÁN NEGRO
                                        

A Luis Cuadrado



Cuando se casan se visten de blanco. Y de blanco se visten en las playas en año nuevo. De blanco me dijeron que son las cosas finas, y la gente fina es flaca y blanca. La bondad parece que también es blanca.

Yo nací así. Le dijeron a mamá que yo tenía monocromatismo, que mi mundo se reduciría a la ausencia de color y que perdería agudeza visual cuando más luz hubiera. Todo al revés. Por eso sería que de chiquita me lo pasaba en el galpón, sentada en los fardos, jugando a adivinar quién pasaba por el portal y qué vendría a buscar. Y lo mejor era cuando entraba el alazán negro.

-Es un alazán, no es negro, es alazán, marrón rojizo, no es negro- me decía ofuscada Albina, una de mis cuñadas.


A mi no me importaba. Para mi vista sensible, percibir al alazán en el portal con sus orejas erguidas y su ronquido era de lo más placentero, prácticamente una melancolía dulce que me traía sosiego y seguridad.

-Sacate de encima a la ciega- solía decirle Albina decidida a mi hermano. -Esa chica tiene algo, ¿ves que todo lo ve al revés? siempre tu mamá la protegió mucho, pero esta chica asi trae desgracia- le horadaba Albina a mi hermano para apurar mi ausencia y a su vez, su titularidad absoluta en presencia y papeles.

Mis hermanos eran mellizos, y vivían hundidos en la tranquilidad de lo idéntico. Como idénticos eran ellos sus familias también lo eran. Todos tan blancos y tan iguales como sus intenciones. Idénticas.

Cada conversación que escuchaba de mis hermanos acerca de llevarme a un internado lejano, me llevaba al galpón, a los fardos a esperar la entrada del alazán y su diálogo reposado de patas inquietas y bufidos que me invitaban a caminar hasta los álamos, que me esperaban con su apaciguador sonido ondulante.

Más de una vez el chillido del alazán negro acompañado del manotazo les habían tirado los vasos. Los vasos que me traían mis cuñadas Blanca y Albina, siempre tan atentas con sus juguitos vaya a saber de qué, que me llevarían lejos de este campo.

Y asi no más nos íbamos con el alazán hacia el bosque cercano que nos recibía en su pacífica y sinuosa oscuridad.

Durante mucho, mucho tiempo los cuatro Insistieron en mandarme a la iglesia, como si furtivamente pensaran que mi mundo en blanco y negro mudaría mi temperamento de hija tardía a una harpía de oscuras voluntades.   

-¿Entonces la maldad es negra? - le pregunté a la monja.

-Claro, claro, la maldad es negra- sentenció la sor mientras salía apurada de la iglesia.


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Es la última vez que mis cuñadas van a intentar darme su juguitos. Eso ya lo decidí en este bosque que me cobija austero de brillos y luminiscencias vacuas.

Vibra el suelo húmedo bajo las pesadas pezuñas. El alazán negro me mira y veo su figura borrosa alejarse lenta. Los ojos se me nublan definitivamente. El alazán me ha convencido. Estiro la mano hacia sus orejas que van hacia adelante y hacia atrás con incertidumbre. La cola molesta da azotes. Lo toco nuevamente, la nariz está arrugada y la boca apretada de ansiedad. A las arrugas encima de sus ojos en este momento las interpreto preocupadas.

Ya no habrá modestia, ya no habrá sumisión. 

El alazán me mordisquea los brazos haciéndome reir. El resoplido me advierte del peligro. Voy a guardar tres juguitos más y me voy a ir a denunciarlos.

Porque a mí no me envenenan, eh, no, no. Voy a seguir viviendo en mis sombras, en el fiable aroma de mi campo; voy a seguir palpitando las tardes en compañía de mi alazán, guiada la caminata con la mano en su pescuezo. Porque el latido de la vida para mi es negro y punto. Como negro ha sido siempre para mis ojos, el mismísimo alazán.

 

 

 

 

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