domingo, 10 de enero de 2010

Incauto Diego, Incauto

MAREAS DE SUEÑOS

En el fervor
de unas costas plenas
encallaron mis sueños sinceros,
fue el mar de los desengaños
quien puso a resguardo
mi corazón viajero.
Hoy,
la brisa de su aire exclamo,
porque a merced de sus labios
nuevos presagios encuentro.
En sus costas vivas
avistan mis remansos,
en su bahía firme
hay vientos sinceros.
Mar de los silencios
e idilios profanos,
navegar en tu reparo
simplemente quiero.
Ya no se añoran
bitácoras de paso
ni busco sirenas
en algún puerto
lejano al tiempo.
Mar de los presagios,
ya no naufrago
en mis desiertos.


Diego se viste de negro, en una habitación negra. Con la pupila negra que recuerda el oriente aquél que antropológicamente lo antecede. Con esa pupila ancestral vigila el espejo, mientras se pone un saco y se lo abotona meticulosamente. Protege especialmente el pecho. No sabe. Todavía no se dio cuenta.

Diego es un escribiente, no un escritor, un escribiente, viviente, doliente.
Se mueve, se retuerce en el veneno de sus sueños incompletos cuando escribe. Diego es vísceras, masa de músculos, de mente, de carne inerte cuando se duerme.

Yo, soberbia, pensante y ritual lo desangro ahora de palabras porque puedo, porque debo, porque soy su nodriza y lo envuelvo en mis alas si quiero porque lo vi nacer poeta. Porque quiero y porque debo.

Diego tiene los músculos rígidos, los tendones tirantes, los brazos fuertes, el gesto adusto, el pelo corto, las manos tensas. Si, las manos tensas, muy tensas, justo, justo para tomar la pluma de escribiente (viviente, doliente) y saquearse solo el alma, expeliendo poesía.
Pero ahora lo miro, y veo que él solo se abotona el saco protegiendo celoso su piel de adonis moreno.
No sabe. Todavía no se dio cuenta.
Diego deja siempre el corazón (con sangre, con jirones de tejido de impresionante rojo brutal y real), del lado de afuera.



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