sábado, 7 de agosto de 2010

¿Autor vs. Director?


Es algo tan antiguo como la historia del cine: las diferencias ineludibles que surgen entre el cine y la literatura a la hora de contar historias. Y ni que hablar cuando la historia que se cuenta en el cine, surgió del mundo de la literatura. Para eso vale no más recordar la bizantina discusión que mantuvieron Marguerite Durás y Jean Jacques Annaud por la adaptación de “EL AMANTE” que hizo este último en el año 92, con Jane March y Tony Leung. Partiendo de que este finalmente drama erótico (lo fuera o no había que encasillarlo en un género cinematográfico), era una autobiografía de ella misma, la señora Durás se enojó tanto tanto con el director por la liviandad con que, según ella, Annaud había tomado su obra que no tuvo mejor idea que reescribirla (ya tenía muchos años doña Marguerite, los mismos que su obstinación) y editar “EL AMANTE DE LA CHINA NORTE”, solo para taparle la boca (y la cámara) al director y su mala interpretación.

La razón de estas trifulcas de alto vuelo intelectual es simple: el cine y la literatura tienen distinta naturaleza, y al intentar un traspaso de historias de uno a otro, seguramente algo quedará en el camino, por los tiempos, los mecanismos disímiles, las “ingenierías” diferentes.

El cine se maneja con tiempos casi siempre precisos, está obligado casi, a concentrar la conceptualidad. La literatura tiene tiempo, puede darse minutos y horas si es necesario, para explayarse sobre un tema. El cine tiene una manera, una arquitectura de cálculos en tiempo y espacio que no le permite lo mismo. El cine incluye tiempos tecnológicos y humanos diferentes. Tiene limitaciones, géneros marcados, con matices, pero básicamente marcados por el mercado (hasta lo “independiente” pertenece a un mercado). La literatura explora lo que quiere, cuando quiere y si lo quiere. En el cine vamos descubriendo, experimentando materiales, tiempos, espacios, actores, talento, y financiación…

Entonces es lógico que más de una vez nos encontremos con la duda cuando hemos captado la misma historia desde dos puntos de vista diferentes: ¿es el libro mejor que la película? , la respuesta también es simple: no es que sea el libro mejor que la película, sino que nos contó una historia de manera particular, que lógicamente, tuvo tiempos literarios, espacios literarios, silencios literarios, libertad literaria. Mientras que el otro, el cine, más joven y en estado de aprendizaje constante, apretado por la tecnología y los sistemas de financiación, se esforzó por dar un punto de vista de esa historia que nació en la literatura. La tomó, la interpretó, la condensó en un guión, y la filmó. Ni mejor ni peor que el antecedente literario. A su manera.




1 comentario:

Jorge Vives dijo...

Todos los artículos sobre cine de Nadine Aleman mueven a pensar; aun a un dilettante en el tema, como es mi caso. Ojeando anteriores páginas de su blog, encontré muchas notas sobre este arte en las que resulta interesante dejar una opinión; aunque no sea muy valedera al provenir de alguien poco versado en el asunto. Como sea, en este artículo se unen el cine y la Literatura; y eso me mueve a un comentario. Coincido con Nadine que tanto la película hecha sobre una obra literaria, como la obra literaria en la que se basa, tienen su propio valor. Me pareció advertir esto, por ejemplo, al comparar la película “Contacto”, dirigida por Robert Zemeckis; con la novela de Carl Sagan de la cual se tomó el argumento. En el filme, el foco está en el mundo interior del ser humano (a través de la figura de “Sparks”, Jodie Foster); en tanto en la novela la atención se centra en la humanidadcomo un todo. Y las dos logran su objetivo.

Son muchas las cintas basadas en libros. Hace poco reveía algunas películas dirigidas por Hitchcock. “Vértigo”, por ejemplo, está basada en la novela “De entre los muertos”, escrita por Pierre Boileau y Thomas Narcejac. Y “La soga”, si bien se dice basada en la obra de teatro “El fin de la soga” de Patrick Hamilton (y también en un crimen real), recuerda a “Crimen y castigo”. De hecho, los diálogos de los personajes principales, traen a la memoria los soliloquios intelectuales de Raskolnikov. ¿O será Hamilton el que se acordó de Dostoievsky al hacer su obra?