lunes, 12 de julio de 2010

Rogelio y Las Piedras


-Es que es tímido hasta los huesos -decía doña Marta cuando las vecinas le recriminaban que Rogelio no las había saludado-. Me salió tremendamente tímido este chico, ¡hasta los huesos, vea!
Regresaba doña Marta a la casa y ni bien lo encontraba a Rogelio, que volvía de sus quehaceres del campo, se lo recriminaba a él también:
–Rogelio, ¡ya estoy cansada de que no saludés a la gente! -le decía mientras Rogelio se sacaba las botas embarradas y ella acomodaba las verduras en la despensa.
–Abrí la boca, hombre... saludá a la gente que si no después la gente habla. ¡Pero qué cosa, che...! Unos los cría, los educa bien educados y estos hacen lo que quieren.
Y entre rezongo y rezongo, doña Marta lo mandaba a terminar las tareas del día:
–¡Rogelio! Andá a atar los perros, dales de comer y después andá a cerrar la puerta del gallinero, ¡y sacate las manos de los bolsillos che, que parecés un atorrante cualquiera!

Ahí salía Rogelio, mudo, como un violín sin cuerdas. Y se iba contra el viento, cerrándole los ojitos al sol del atardecer, con las manos metidas en los bolsillos no más, ensimismado, metido como nadie en su mundo interno.

Justamente interno, llano, extenso y lejano era el mundo de Rogelio, tanto como el campo en el que vivía con sus padres y sus dos hermanos.
Volvía al comedor, se sacaba las alpargatas y se sentaba a autohipnotizarse mirando las chispas del fogón, con las manos metidas en los bolsillos, refregándose los pies y los labios resecos entre sí, pensando, a sus veintisiete años, en seguir esperando esos besos de mujer que nunca llegaban. Ahí no más lo increpaba su papá, don Epigmenio:
–¡Pero Rogelio, che! ¡Sacate esas manos de los bolsillos, carajo! ¡Siempre la misma huevá con este chico!
Y lo retaba por retarlo, porque lo veía ahí sentado no más.
Don Epigmenio, que no se despegaba de su radio a pilas, le gritaba a su mujer:
-Marta, mirá, mirá lo que dicen, que del avión que cayó la otra vez, no le encuentran el cargamento, mirá... ¡Cuchá, cuchá Marta!
Y doña Marta no escuchaba nada porque don Epigmenio no despegaba la radio de su propio oído. Pero el viejo le contaba todo igual:
-Marta, Marta, cuchá, cuchá... parece que llevaba diamantes y cuestiones de esas... uhhh, ja ja -carcajeaba don Epigmenio-, ¡si uno se encontrara esas piedras, vaya a saber cómo son, no...!

Y doña Marta se venía al comedor y reía con su viejo, que soñaba con diamantes perdidos, caídos de un avión.
Rogelio refunfuñaba por tanta conversación y se iba para la pieza con las manos en los bolsillos y con una puteada empantanada en la boca por tanto grito y tanta cosa dicha porque sí. Se tiraba en la cama sin sacarse las manos de los bolsillos, y pensaba en agarrar el Manchao y salir a ver si encontraba el avión caído, para ver un avión por dentro no más... pero ya a esta altura vaya a saber si estaba el avión caído todavía, capaz que de encontrarlo sería ya solo fierros retorcidos y quien sabe, capaz que había gente muerta adentro. Rogelio se revolvía los bolsillos mientras se hundía en simples elucubraciones como qué serían diamantes, si diamantes serían coronas o collares de reyes o gente rica, y donde habría caído el avión, si atrás del cerro o aca no más, en los cañadones.

Rogelio pensaba todo esto revolviendo en los bolsillos las piedritas que se había encontrado cuando volvía en el Manchao de un campo vecino. Y sacaba una piedrita de esas que se había encontrado, y por primera vez en el día, Rogelio decía algo, y se lo decía a sí mismo:
-¡Qué lindas mis piedritas, eh! qué lindas y qué chiquitas son... ¡y la mierda que son brillantes, che...!

(Este es un cuento de "17 Simples Cuentos".)


2 comentarios:

Jorge Vives dijo...

Hace rato quería dejar un comentario en este cuento; y ahora, cuando estaba por hacerlo, veo que colocaste otro relato, más arriba (Una mujer impúdica), que también ameritaría un comentario. Pero por ahora hago sólo este. Me gusta tu cuento porque tiene el final que debe tener un cuento. Un cuento debe terminar con una circunstancia clara, bien marcada, que sorprenda o mueva a la reflexión, que lo cierre. Como es este caso. Además, tu cuento está escrito en forma ágil y amena; como también está escrita el resto de tu obra narrativa. Me agradó "Rogelio y las piedras" cuando lo leí por primera vez; y me agradó releerlo ahora.

Jorge Vives dijo...

Perdón, Nadine, quise decir "Una mujer digna"; no sé por qué lapsus me quedó la primer frase del cuento mezclada con el título.